Atardeceres que te arrancan la cabeza. Atardeceres que te
llenan los ojos de lágrimas. Atardeceres tan perfectos que desatan una cantidad
infrenable de sentimientos.
Atardeceres tan naranjas y amarillos que hacen brillar los
ojos. Gire a la izquierda y estabas vos. Que me llevaste de la manito al techo
del edificio solo a ver el atardecer. Tenía tanto vértigo que te sentaste
conmigo en el piso y me empezaste a contar cosas tuyas y de cuantas veces te
juntabas ahí con tus amigos. Gire a la izquierda y te tenía sentado al lado
mío, agarrándome la manito, y mis ojitos brillaban por todo, y mi corazón
estaba por explotar.
Ver atardeceres me llena tanto el alma y me hace sentir
cosas tan lindas; me genera algo en la pancita, una sensación de satisfacción
en el pecho. Mi cabeza vuela. Es una sensación tan similar a cuando nos reímos
juntos y no podemos parar. Digo similar porque no hay nada que se compare a lo
que me hace sentir el sonido de tu risa.
Veo el sol ponerse, entre el cielo naranja, y veo tu sombra
al lado mío fascinada con el cielo. Veo tu sombra mirando la primera estrella
que se asoma y preguntándome si para mi eso es una estrella o un planeta. Yo
solo puedo observarte. Formas parte del paisaje. Parte de ese atardecer que me
llena de amor.
Sos esos atardeceres que encontras por casualidad, y son más
hermosos que cualquier otro atardecer que viste. Sos como esos atardeceres
brillantes e irrepetibles, de esos que no podés dejar de ver, de esos que son
únicos, de esos que podes ver en una ruta.
Mirarte a vos es como mirar un atardecer brillante e
irrepetible, pero eterno.
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